La noche ha sido mi amiga siempre. Me recorre, me lleva y me trae desde mis pies hasta el borde de mi imaginación. Hace unos días, el final de la noche eliminó las pocas esperanzas de superar mi insomnio.
A las 5:27 de la mañana, del 12 de agosto, estalló la ventana por la cual he visto muchos amaneceres, y la cama, mi recinto sagrado por más de una razón, me expulsó a golpes. Luego el polvo, la confusión y la enfermiza y adictiva necesidad de buscar razones, heridos, muertos. No encontré ninguna de las 3, gracias a Dios por las dos últimas.
Dios... él ha estado poco presente en los pensamientos de este blog, porque lo considero demasiado alejado de mi lado más oscuro. Sin embargo, ese día hubo una fusión: no le pedí salvación, ni nada por ese estilo. Sólo pedí paz. Comprendí, en una milésima de segundo, que había dejado atrás la paz por demasiado tiempo, incluí todo el ruido posible a mi vida: personas con conversaciones interminables, algunas tan vacías que se pueden encontrar en wikipedia sin esfuerzo, metí a la fuerza historias de las historias, angustias creadas por la sociedad, ansias mías. No, ahora quiero paz. Eso le pedí, pero para lograrlo, me regaló mucho más ruido del soportable.
Las siguientes horas fueron muy raras: un teléfono que no paró de sonar (yo sólo quería una llamada y la tuve a las 5:30 a.m., el resto era ruido.), caída de vidrios por horas y horas, visitas de agentes del Gobierno (que buscaban más chisme que otra cosa), un frío indescriptible, vidrios por todo el piso (aún se encuentran por ahí), mirones, cámaras, noticias a 1000 de volumen, ruido, ruido, ruido. Mi cabeza estalló, por fin, a las 2 de la tarde y me quedé dormida a pesar del ruido entre mi cama y el polvo de los escombros... Las fotos que tomé por reflejo me recordarían cuando volviera que no era un sueño.
Después, a eso de las 5 p.m., cuando por fin pude salir, vino la paz. Caminé, sí, había ruido en todo lado, pero yo ya no lo sentía. Estaba en paz, porque la muerte golpeó mi ventana. Ya la había escuchado antes, la había visto pasar, pero esta vez golpeó mi ventana y yo no la vencí, sólo la miré a los ojos y pensé en el ruido. Ese día, como a todas las víctimas de este tipo de situaciones, decidí vivir como si fuera el último de mi vida todos los días que me faltan.
En la noche reí a carcajadas, llamé a las personas a las que les debía frases hermosas y las dije de corazón, sentí el poder del viento fuerte entrando en mis huesos. Oí música que me recordara la magnitud del universo. Escribí. Luego me fui a dormir lejos de casa (porque el sitio era invivible) y dormí abrazada y asustada. Yo jamás había dormido asustada. Sin embargo, abracé la nueva experiencia y decidí vivirla en todo su esplendor, quise sentir intensamente el pánico que tenía y que no me dejaba comer.
Han pasado ya 4 días después de que la muerte tocara a mi ventana, ya tengo nuevos vidrios y mi cama está libre de escombros, calentita y tranquila. Pero algo cambió en mí. Ahora tengo la inmensa necesidad de la paz, de la verdad, del amor intenso y de la felicidad absoluta. En estos días no he tenido miedo a tocar otras puertas, he dicho directamente lo que pienso, sin rodeos, ni cálculos. Era la forma perfecta de celebrar tu cumpleaños, ¿no te parece?
Mañana, que será el día 5, miraré a los ojos al hombre que más he amado y le diré todo lo que mi corazón no dijo por miedo, para ver si en los pocos o muchos días que me quedan puedo volver a amar así.
Jo
P.D. Tu regalo bloguero te lo escribo mañana. Hoy quería escribir para mí, para variar jeje.
1 comentario:
Wow!!! que hermoso. Maravillosa forma de asumir un suceso tan inquietante. Envidiable la nueva forma que tienes de mirar el mundo, sigue con esa actitud. Sólo existe el presente y hay que aprovecharlo. Un abrazote.
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