domingo, 10 de febrero de 2008


SOBRE LA SIMPLEZA DEL MIEDO


Amanece dentro del cofre del sol,
es la rama más delgada de mí que reaparece para volver a romperse,
recuerda la fragilidad de las notas que compongo,
la nada que soy y en la que me conviertes
con un movimiento de tu boca.
Eres tú el fiel demonio del cual reniego,
sirviente plateado repujado con el frío helado de la inconciencia.
La inspiración anhelada eternamente tiene su cauce dentro de los ríos que conducen
a los territorios del inframundo que gobiernas,
y del cual huyo cada tanto, para llenarme de sol.
Mi vida cartiana no me había permitido reconocer mi propiedad sobre tí,
el destino -si existe- me ha llevado a que tú mismo lo admitas.
Suerte para mí, supongo.
Ahora las mareas del Hades se han calmado.
Vuelvo de la primavera para asesinar tu recuerdo
y te encuentro sentado en mis miedos, trayéndome el látigo que usabas contra mi espalda
en los días en que bajaba la guardia.
Pero ahora me lo entregas, para que haga con él a voluntad.
La suerte es una mujer vengativa
porque el efecto de tu derrota no es mi victoria,
mis miedos aprisionados han volado en mi contra
y se han apostado en tu trono, que otrora estuvo al lado del mío.
Gracias por darme paz, gárgola mía.
Tus brazos serán la canción de invierno que cubrirá mi alma;
es fascinante la cercanía a los latidos del mundo que me da esta nueva llegada,
pero aterradora su consecuencia más obvia.
Tu aliento de muerte siempre será la aldaba rota de mis lágrimas marchitas.
Ahora, recuéstate amigo mío,
has bajado la guardia
y la ira de mis miedos quiere plasmarse en tus costillas
con la misma violencia con la que tú te ufanaste de mi debilidad
y nuevamente con el látigo que ahora me das en señal de paz,
pero que yo utilizo para que el infierno no se vaya,
sino que me reciba como hogar,
esta vez permitiendo que el sol que conocí se asome en mi ventana
así te queme los ojos.
JO

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