miércoles, 30 de junio de 2010

Entre los grandes



Soy una sentimental. No puedo evitarlo.

Ha ocurrido un acontecimiento en mi vida que me ha dado tanta alegría que no he podido ni dormir de la felicidad. Se ha cumplido un sueño que vengo cocinando en mi mente desde un hermoso día de enero de 1998.

Ese día estaba petrificada del miedo y tal vez con la misma ansiedad que ahora me embarga. Alistaba la misma maleta del colegio; quería tener en el hombro algo familiar, porque todo iba a ser nuevo: cuadernos, fotocopias, conocidos, instalaciones y hasta parte de la ciudad. Absolutamente todo iba a cambiar a partir de ese día. Y entonces, me bajé del carro de mi mamá y me fui caminando sola y con aprehensión, tenía revuelto el estómago, las manos me sudaban, pero se supone que no debía notarse.

La primera visión que tengo de ese lugar aquel día es el vaho saliendo de mi boca y una imponente estructura llena de escaleras y de flores. No sabía que 12 años más tarde ver eso me haría dar ganas de llorar de alegría. Subí las escaleras, me encontré con un aviso que decía dónde debía estar, fui allí, me dieron una carpeta amarilla chillón y me fui a un baño a esconderme. Sí, lo admito.

Salí del baño porque era el colmo que estuviera allí y me encontré con otro muchacho con una carpeta igualita, que me preguntó mi nombre y me lo cambió para siempre: "Dejémoslo en Johanna", me dice. Ahora, que es un político, me explico por qué decidió presentarme a un montón de niños tan perdidos como nosotros. Ahí empecé a sentirme cómoda.

Y luego pasó la primera semana de clases y ya tenía un amigo, que ahora lo sigue siendo y sigue arrastrando sus pies, pero con cara de profesor; y conocí muy por encima a personas que luego de una década dejarían marcas en mi corazón, bonitas y feas. De todos los que conocí esa semana he aprendido algo. Lo aseguro.

Por seis largos y hermosos años ese lugar fue mi casa. Cada rincón lo conocí y lo ví cambiar. Al principio había una biblioteca de nada donde uno podía sacarle fotocopias a su nariz si quería, ahora hay una llena de sillones mullidos y con pinta de biblioteca europea. Gigante y subterranea. Antes sólo existían 20 computadores por los que se peleaban los estudiantes, que tenían que reservar con una o dos horas de anticipación para revisar hotmail o latinmail, ahora hay Wi-Fi, Bloomberg y laboratorios con todo tipo de juguetes informáticos para que los alumnos usen sus portátiles. Es magnífico.

En esos seis años no hice amigos, hice hermanos. Conocí vidas impresionantes, reí, lloré, jugué, canté, hice teatro y hablé latín con el profesor Orbes. Era mi lugar seguro, mi hogar cuando no tenía. Sé que lo que voy a decir es ñoñísimo, pero entendí Harry Potter porque sentí que de alguna manera me pasaba lo mismo con este lugar maravilloso, aunque no tan mágico. Cada muro de ese lugar y cada flor representan un pedazo de lo que soy ahora. Hasta el olor a madera de las banquitas del E.

Siempre veía a los profesores con cariño, porque sé que no les pagan muy bien, pero lo entregan todo, con gusto y dedicación. Tuve muchos en esa etapa, pero algunos me marcaron enormemente: Vela con el recorrido que nos hizo por 5.000 años de historia política, Montaño que me hacía sentir una pulga con sus preguntas, Blanco y calva, Olimpo con sus maravillosas charlas de historia, Vidal que me amó a pesar de que odié su materia, Cecilia que fue mi primer mentor y su café con canela y las charlas jugando con sus gatos; también estuvo Echandía con la microeconomía del matrimonio y Jorge Cardona, con su mirada voraz y sus exámenes venenosos, que me enseñó cantidades y murió pronto. Marie Eve que me picó la curiosidad sobre Alsacia-Lorena, Carvajal que me hizo llorar por primera vez luego de una exposición, pero luego me hizo invencible. Todos y cada uno de ellos merecen todo mi respeto.

Terminado todo, quise volver. Desde la primera clase quise ser profesora, saber muchas cosas y dar algo a las nuevas mentes. Quería caminar por la U y que me persiguieran mis alumnos con preguntas y charlas, invitarlos a un café en grupo para ahondar en las cuestiones vanales del mundo. Era mi sueño.

Han pasado 12 años y medio desde ese momento y ha sucedido algo increible y maravilloso. Fui a la primera de muchas reuniones y allí estaban "Los Grandes", cada uno con millones de historias en su rostro, profesores de grandes ligas y con enormes cerebros, gente amable y sencilla, algunos muy jóvenes aún para parecer eminencias. Todos estaban ahí y yo estaba invitada.

No iba como estudiante, a escucharlos. No, ahora todos me daban la bienvenida, porque soy uno de ellos, claramente no tan brillante y con absoluta cero experiencia, pero estoy sentada entre los grandes y he vuelto, para sentir el vaho salir de mi boca, caminando hacia mi primera clase, rodeada de flores y lista para ser profesora.

Me tiemblan las manos, se me revuelve el estómago, pero he vuelto a mi hogar, a mi lugar seguro, al sitio donde todo comenzó y donde yo me reconstruyo una y otra vez.


Gracias, Juan Pablo, infinitas gracias por ser mi ángel, por regalarme este sueño.


Jo

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