miércoles, 1 de agosto de 2007

DESPUÉS DE LOS APLAUSOS

La aceleración del sonido
se esfuma en ese momento justo, entre el deleite y el público
que se agolpa a reverenciar tu mediocridad.

Tuerto eres, muerto serás.
Pero antes, gris ausente caerás en los laberintos del deber y la rutina,
pues ya no queda sino un sol estridente que te roba los pétalos de la juventud guardada
y de esas tardes grises donde sentir era bandera y corona.

Ahora las felicidades tienen sabor a papel
y a temporadas robadas al infierno para ser revividas,
los aquelarres han acallado sus tambores
y aquellos que otrora fueron filósofos confidentes y profundos
no son más que marionetas de una obra llena de aplausos
de quienes con dinero compran sueños y modifican grafemas.

Cuando se lleva un cuarto de siglo en este mundo,
se pierde la infancia -dicen unos- como muestra de que ahora eres propietario de algo llamado adultez.
Entrego a los mimos teatreros mediocres sus aplausos y fastidios tan cotidianos.
Me quedo con las sonrisas, con el dolor de la ignorancia que está decidida a fenecer,
con la sorpresa de cada mañana, con el olor a rodillas peladas.
Quiero mi infancia, no me la quites,
prefiero la pobreza del mundo de los adultos
mientras mis sueños sigan navegando por noches de lluvia y estrellas,
por zapatillas doradas con lazos carmesí.

Aquí, después de los aplausos, lo he decidido.



JO

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