lunes, 27 de septiembre de 2010

Implicaciones

Todas nuestras decisiones conllevan consecuencias. Hasta la ropa que nos ponemos en un día cualquiera, hasta irse a vivir al otro lado del mundo. Nada se salva de la relación de causalidad.

Yo siempre he sido muy conciente de las consecuencias de mis actos, pero eso no me ha hecho experta en mitigar riesgos. Casi siempre me equivoco en mis cálculos y cuando algo me sale bien me toca revisar muchas veces todos los pasos que llevaron a que eso se diera, con la oculta e ingenua esperanza de que se repita. Por supuesto, intento ignorar que nunca el agua pasa dos veces por el mismo punto, pero me hace sentir medianamente segura y medianamente feliz.

Sin embargo, existen raras, muy raras ocasiones, en que las consecuencias no solo son buenas, sino que superan grandemente mis más optimistas sueños. Y, para una mente controladora como la mía, cuando además de salir grandiosamente bien va en contra de toda lógica, una buena señal o un momento de éxito se convierte casi en una amenaza.

Estoy en un punto así. Es verdad que decidí hace unos meses pensar como el mercado y decir "laissez faire, laissez passer", pero no me imaginé, ni siquiera en mis sueños más optimistas, que todo se diera como se ha dado. Creo que mi suerte dio un giro porque dejé de sentir la necesidad de ser Dios y controlarla. Mira vos.

De haber sabido que esa sería la causa de mi tranquilidad, lo habría hecho hace mucho. Todo se mueve, todo cambia y muta, pero ya no me importa tanto. No digo que no me importa del todo, porque soy controladora y eso no lo cambia ni todo el agua de un tsunami, pero la verdad me importa muchísimo menos. Me estoy aceptando así como vengo y estoy aceptando mis situaciones así, como vienen, con valentía y absoluto desparpajo.

Hoy hablaba con una de mis grandes amigas, y mientras yo hablaba -sé que hablo mucho- fui desenredando todo. Mi angustia y mi fastidio eran frutos del miedo, consecuencia de haber decidido pensar que yo era mejor que el destino y que podía controlar a mi cerebro y a mi corazón. Ahora, como ya no tengo miedo y ya solté todo (o al menos, mucho) la vida ha decidido darme una cachetada más y demostrarme que realmente lo que yo consideré juzgable de mis actos no lo es tanto, que la gente es más benevolente conmigo de lo que yo lo soy con lo que hago, pienso y digo, y que es una absoluta boludez tratar de ser más inteligente que el tiempo y el espacio.

Pensé en los avances que ha hecho el Universo por mí: lo mucho que he acumulado en mi cabeza en tan poco tiempo. No, no he abandonado mis sueños por mis angustias, como lo hacía antes. Ahora lo asumo como partes del mismo mundo y funciona. Estoy absolutamente orgullosa de mis progresos, así vaya a pasos de bebé en los hombros de los grandes. Sí, aún soy una profesora torpe, aún debo inyectarme las matemáticas que no quise aprender, aún me toca hacer demasiados ejercicios para entender la mitad de lo que Juan Miguel habla borracho, pero no importa: mis alumnos me aman (hoy lo supe) ya entiendo con propiedad de lo que hablo y me siento libre, he enseñado cosas que considero valiosas y no me tiemblan las rodillas frente a 50 polluelos que se creen dueños del mundo. Espero que lo sean, de hecho.

Qué pequeño se ve el mundo cuando uno tiene los sueños claros. Qué tranquilas se ven las tormentas cuando sabes qué contiene tu barco. Qué maravilloso es el Universo cuando dejas de preocuparte por las consecuencias y simplemente las asumes con alegría. ¿Seré la mejor profesora del mundo? No tengo idea, pero eso sueño (así sepa que es imposible medirlo) ¿Tendré el lugar que quiero en mi tema? No tengo ni idea pero me encanta el camino para lograrlo. ¿Seguiré siendo feliz? Probablemente no, pero me encanta que uno aprenda de cada etapa lo que pueda. ¿Conseguiré saber todo lo que quiero? No, pero creo que aceptar que no llegaré a allá es un gran avance para alguien tan ególatra.


Soltaré el timón y me dejaré llevar por la tormenta mientras la disfruto.

Jo

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